lunes, 9 de mayo de 2011

Elementos del mapa conceptual

Ela mapa conceptual es un organizador visual que permite consolidar nuestro aprendizaje, a traves de la reconstruccion logica del texto.

Elementos del mapa conceptual:

a) Conserto. Es un sustantivo, es la imagen mental "de algo".Los conceptos siempre se escriben con letras mayusculas dentro del rectangulo o elipce se reconmienda utilizar la menor cantidad de palabras posibles. Dos conceptos no pueden repetirse jamas.

b) Flecha de enlace. Es una linea recta que señala una direccion nesesariamente.Sirve para unir dos conceptos.La flecha siempre debe tener una cabeza como minimo ,jamàs debera cortarse,la flecha puede indicar a la izquierda,a la derecha ,hacia ambos lados,hacia arriba,...

c) Rectàngulo o elipce.Es un grafico, en su interior se coloca el concepto.

d) Palabras de enlace.Se escribe con letras minusculas, fuera del rectangulo o elipce.Debe estar al lado de la flecha de enlace.Las palabras de enlace sirve para unir dos conceptos.

e) Proposiciòn.Es la union de dos conceptos a traves de la flecha de enlace y las palabras de enlace.

Ejemplos:

La gallina come ceviche.

La abuelita mordio al boxer.

El niño golpeo al campeon mundial de karate.

El gato maulla en Tacna y el perro ladra en Tarata.

Pepe estudiara medicina humana; Coco estudiara ingenueria civil; Paty estudiara teologìa; Techi estudiara veterinaria...todos estudian en el primer grado de primaria, incluso yo.

jueves, 5 de mayo de 2011

El "Sargento" - parte 1

"No se puede decir que el Sargento era más leal que un perro, porque él no era más que uno de tantos miembros de la familia canina atorrante en el fuerte general Paz.
El Sargento era un perro de la genuina familia de los atorrantes, pero de esos atorrantes militares que no tienen dueño ni reconocen más amo que el cuerpo donde han nacido y se han criado.
Los soldados van desapareciendo por las deserciones, las muertes y las bajas, y otras nuevas plazas van llenando los claros que dejó la ausencia de aquéllos. Pero el perro queda en el cuerpo, compartiendo las fatigas y los peligros con los que lo forman, sin averiguar si son soldados viejos o reclutas de ayer.
Para él todos los soldados son todos iguales, a todos sirve, a todos obedece, y de todos recibe un bocado o un golpe, con la misma conformidad. Recorre todos los fogones como todos los perros de guardia, sin ver en ellos otra cosa que miembros de su regimiento a quienes tiene la obligación de acompañar y proteger. El perro atorrante no sólo es la compañía y el amigo del soldado, sino su protector mismo.

Cuando no hay qué comer y la cosa se hace difícil, él sale a ayudar a los soldados que van a balear el alimento del día, y corre a la liebre, al venado o al piche, hasta traerlo, jadeante y fatigado, y lo pone a los pies del soldado a cuyo lado se sienta, hasta que le dan su ración o se convence de que no le van a dar nada, y en uno como en otro caso, se retira tranquilamente y se acuesta a dormir.
A este género de perros militares y atorrantes pertenecía el Sargento, grado que había alcanzado, desde simple soldado, merced a sus servicios prestados en los diferentes cuerpos que guarnecieron el "Fuerte General Paz".
El Sargento era perro de campamento, y más que de campamento, de la mayoría donde estaba situado el rancho del jefe de la frontera. El había nacido allí, allí se había criado y de allí no había cariño capaz de arrancarlo.

Los regimientos, como los jefes, cambian con frecuencia de residencia, pero el Sargento quedaba allí firme, esperando el nuevo jefe que le deparara la suerte. Cuando más salía a acompañar al regimiento que se ausentaba hasta el primer fortín, donde esperaba al que venía para recibirlo con todos los honores y meneadas de cola del caso. Y acompañaba al nuevo jefe hasta el pobre ranchito enfrente al hospital, como si quisiera enseñarle cuál era su alojamiento allí y dónde podrían hallarlo cada vez que lo necesitaran.
Así el Sargento había venido al lado de Heredia, al lado de Borges y al lado de Lagos, sin reconocer en ellos a un amo, sino a un jefe cuyas credenciales no eran otras para él que verlo instalado en el pobre alojamiento donde había nacido. Entonces el Sargento obedecía a la palabra del nuevo jefe, con un raro empeño, y se constituía en su asistente y centinela de más confianza.

Sargento iba a las cuadras de los nuevos soldados, como para reconocerlos y hacer amistad con ellos; pero regresaba al puesto que él mismo se había señalado, sin que hubiera fuerza suficiente que lo arrancara de allí.
A la noche, sobre todo, el Sargento se instalaba delante de la puerta, y después del toque de silencio no permitía que nadie pasara sino a seis u ocho varas de distancia: y pobre el que intentase avanzar a pesar de sus ladridos. Sólo al oficial de guardia, a quien reconocía cuando se recibía del servicio, permitía la entrada al rancho del jefe de la frontera. Después de éste, la entrada estaba vedada para todos.

El "Sargento" - parte 2

El Sargento era un perro de un valor asombroso: no había peligro capaz de arredrarlo, y bastaba una simple amenaza para que acometiera de una manera decisiva.
Su piel renegrida y lustrosa estaba llena de cicatrices tremendas, recibidas todas ellas peleando valientemente contra el enemigo común. El había tomado parte en todos los combates que se habían librado cerca del campamento, y herido casi siempre, se venía al hospital, donde sabía que el cabo de servicio tenía orden de asistirlo como a cualquier soldado del campamento. El Sargento no se movía del hospital hasta no estar bueno, siendo su primera operación ir a visitar al jefe de la frontera como para avisarle que estaba de alta y a su completa disposición.
El Sargento conocía perfectamente todos los toques de corneta. El de oraciones lo escuchaba de pie y con un raro recogimiento. Parecía participar de la languidez que invade el espíritu en aquellas horas grandiosas, y del respeto que le comunicaba aquel toque severo en un silencio tan viril y solemne.
Al toque de silencio y junto con la larga y sentida nota que lo termina, el Sargento lanzaba un aullido triste y prolongado, y se instalaba en su puesto de servicio hasta la siguiente diana.
Al toque de carneada, el Sargento era infaltable en el paraje donde ésta se efectuaba. El ayudaba a voltear las reses y participaba de las achuras con una provisión notable. Pero si el toque de carneada sonaba durante sus horas de servicio, aunque hiciera tres días que no comía, no se movía de su puesto.

Muchas veces el coronel lo había tanteado haciendo tocar carneada después de silencio. Pero por más apremiante que fuese el hambre, no había logrado hacerlo mover de su puesto. Eran sus horas de servicio, y no tenía él qué hacer con el resto del campamento.
Tenía como única excepción de su vida, una amistad decidida por el cabo Ledesma. Esta amistad tenía su origen en un bello rasgo del valiente negro. Un día el Sargento había quedado por muerto en el campo de batalla. Se había peleado más de tres horas sin tregua, y el Sargento, después de tomar parte en lo más recio del combate, había caído a su vez acribillado a lanzadas.
Después de terminada la persecución, el cabo Ledesma tuvo una inspiración: tal vez no esté muerto, dijo, y alzándolo en ancas lo trajo al campamento, asistiéndolo prolijamente en el rancho del sargento Carmen.

Un mes después estaba sanado, gracias a los cuidados que se le habían prodigado, y desde entonces cobró por el cabo Ledesma un cariño que no había demostrado jamás por nadie. Lo visitaba en la cuadra, y cuando estaba de servicio lo acompañaba en el cuerpo de guardia durante el día y hasta el toque de silencio. Después de esa hora ya se sabe que no se movía de su puesto.
En cambio allí solía venir a acompañarlo el cabo Ledesma. Pero entonces sucedía una cosa particular: el perro salía a recibir al soldado a unas ocho varas antes de llegar al alojamiento del jefe. Su cariño y su agradecimiento no llegaban hasta hacerle faltar a la consigna que él mismo se había impuesto: no dejar llegar a nadie hasta aquella puerta sagrada.

El día que mataron los indios al cabo Ledesma, fue un día de visible pena para el Sargento. Se acurrucó allí en el alojamiento del jefe, de donde no se movió en cuatro días, al cabo de los cuales empezó a hacer sus visitas al toldo del sargento Carmen, la madre de Ledesma. Un mes después de este día amargo para todo el regimiento, porque el cabo Ledesma era un leal veterano, no se volvió a ver más durante el día al Sargento. Al toque de silencio se le encontraba firme en su puesto de guardia, y al de carneada era infaltable a recoger las achuras. Pero después de esta hora se perdía hasta el toque de silencio, en que volvía a aparecer.
Nadie se había podido explicar dónde pasaba el día. Intrigados por esto, los soldados decidieron seguirlo, y sin que el Sargento lo notara, se pusieron en su seguimiento, penetrando al fin del misterio de sus ausencias. El noble perro pasaba el día sobre la tumba del cabo Ledesma, que había aprendido siguiendo al Sargento Carmen.

lunes, 2 de mayo de 2011

El perro

Un carnicero estaba a punto de cerrar su negocio cuando vio entrar a un perro. Trató de espantarlo, pero el perro volvió. Nuevamente intentó espantarlo, pero entonces se dio cuenta
que el animal traía un sobre en el hocico. Curioso el carnicero abrió el sobre y en su interior encontró un billete de 200 soles y una nota que decía:
    Por favor, podría mandarme con el perro un kilo de carne molida de res y medio kilo de pierna de cerdo.
    Asombrado, el carnicero tomó el dinero, colocó la carne molida y la pierna de cerdo en una bolsa y puso la bolsa junto al perro, pero olvidó darle el cambio al perro.
    El perro empezó a gruñir y a mostrarle los colmillos. Al darse cuenta de su error, el carnicero puso el cambio del billete en la bolsa; el perro se calmó, cogió la bolsa en el hocico y salió del establecimiento.
    El carnicero, impresionado, decidió seguir al can y cerró inmediatamente su negocio. El animal bajó por la calle hasta el primer semáforo, donde se sentó en la acera y aguardó para poder cruzar.
    Luego atravesó la calle y camino hasta un paradero de buses, con el carnicero siguiéndole de cerca.
    En el paradero, cuando vio que era el bús correcto, subió seguido por el carnicero. El carnicero, boquiabierto, observó que el can erguido sobre las patas traseras, tocó el timbre para descender,
siempre con la bolsa en el hocico.
    Perro y carnicero caminaron por la calle hasta que el animal se detuvo en una casa, donde puso lo que había comprado junto a la puerta y, retirándose un poco, se lanzó contra esta, golpeándola fuerte.
    Repitió la acción varias veces, pero nadie respondió en la casa. En el colmo del asombro, el carnicero vio al perro tomar la bolsa con el hocico, rodear la casa, saltar una cerca y dirigirse a una ventana.
    Una vez allí, tocó con las patas en el vidrio varias veces sin soltar la bolsa; luego regresó a la puerta.
    En ese momento, un hombre abrió la puerta... y comenzó a golpear al perro. El carnicero corrió hasta el hombre para impedirlo, diciéndole:
    -Por Dios, amigo ¿qué es lo que está haciendo? ¡Su perro es un genio!.... ¡Es único!
    El hombre, evidentemente molesto, respondió:
    -Que genio ni qué coño!
    ¡Esta es la segunda vez en esta semana que al muy estupido se le olvidan las llaves... y yo en el baño.
Moraleja: por más que te esfuerces y cumplas más allá de tu deber en el trabajo, a los ojos de un jefe siempre estarás por debajo de lo que el quiere. (anónimo).

Videos de Cesar Vallejo

http://www.youtube.com/watch?v=gIsO6d7JEw4
http://www.youtube.com/watch?v=e1B2usfxrdY

Videos de Cesar Vallejo

http://www.youtube.com/watch?v=zYKuVcE4SSU

El perro

Cesar vallejo


Nombre César Abraham Vallejo Mendoza
Nacimiento 16 de marzo de 1892
 Perú, Santiago de Chuco
Fallecimiento 15 de abril de 1938, 46 años
 Francia, París
Nacionalidad peruano
Alma mater Universidad Nacional de Trujillo
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Ocupación Poeta, ensayista, narrador, periodista y educador
Cónyuge Georgette Philippart de Vallejo

César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, Perú, 16 de marzo de 1892 - París, 15 de abril de 1938), poeta y escritor[1] peruano considerado entre los más grandes innovadores de la poesía del siglo XX. Fue, en opinión del crítico Thomas Merton, "el más grande poeta universal después de Dante", palabras que no añaden nada al enorme legado del poeta del "dolor humano", quien revolucionó la forma y el fondo de sentir y escribir poéticamente. En Trujillo se asoció con la llamada “bohemia trujillana”, círculo de intelectuales que más tarde sería conocido como el Grupo Norte. Este núcleo estuvo conformado por Antenor Orrego, José Eulogio Garrido, Alcides Spelucín, Víctor Raúl Haya de la Torre, Juan Espejo Asturrizaga, entre otros. En la capital Vallejo se vinculó con escritores e intelectuales como Abraham Valdelomar y su grupo Colónida, José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, Manuel González Prada, José María Eguren y Juan Parra del Riego. Fue en Lima donde publicó sus dos primeros poemarios: Los heraldos negros (1918), que reúne poesías que si bien en el aspecto formal son todavía de filiación modernista, constituyen a la vez el comienzo de la búsqueda de una diferenciación expresiva; y Trilce (1922), obra que significa ya la creación de un lenguaje poético muy personal, coincidiendo con la irrupción del vanguardismo a nivel mundial. En 1923 dio a la prensa su primera obra narrativa: Escalas melografiadas, colección de estampas y relatos, algunos ya vanguardistas. Ese mismo año partió hacia Europa, para no volver más a su patria. Hasta su muerte residió mayormente en París, con algunas breves estancias en Madrid y en otras ciudades europeas en las que estuvo de paso. Vivió del periodismo[2] complementado con trabajos de traducción y docencia. En esta última etapa de su vida no publicó libros de poesía, aunque escribió una serie de poemas que serían publicados póstumamente. Publicó en cambio, libros en prosa: la novela proletaria o indigenista El tungsteno (Madrid, 1931) y el libro de crónicas Rusia en 1931 (Madrid, 1931). Por entonces escribió también su más famoso cuento, "Paco Yunque", que fue publicado años después de su muerte. Sus poemas póstumos fueron agrupados en dos poemarios: Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, publicados en 1939 gracias al empeño de su viuda, Georgette Vallejo. La poesía reunida en estos últimos poemarios es de corte social, con esporádicos temas de posición ideológica y profundamente humanos. Para muchos críticos, los “poemas humanos” constituyen lo mejor de su producción poética, que lo han hecho merecedor del calificativo de “poeta universal”.